Cuando se Acaba la Pasión
Al trabajar con parejas, recuerdo siempre las palabras de Milton Erickson que me parece encuadran de la mejor forma lo que se realiza en este tipo de sesiones:
“Toda alcachofa tiene una pila de hojas descartadas. La única forma de disfrutar una alcachofa es descartar los pétalos malos, simplemente ignorarlos. Agradecer por ese delicioso fondo, más allá de las hojas descartadas.”
Sin embargo, la mayoría de las parejas que Erickson recibía en su consulta mostraban por lo general el deseo de cambiar al otro, e insistían incluso en que ese era su derecho. Más que centrarse en el fondo, los miembros de la pareja insistían en los pétalos desechables. Erickson nos dice que ese es su error. Si tienen el derecho de cambiar al otro, deben reconocer por consiguiente que su pareja tiene el mismo derecho. El problema es que eso deja las cosas en un empate. Y nadie quiere vivir en un eterno empate.
En muchos casos, se debe transparentar esta situación. Una terapia puede tener una primera etapa —y a veces incluso consistir únicamente en ella— en la que se examinan los aspectos que se desean cambiar del otro, además de los límites y motivaciones de tales cambios.
Sin embargo, hay veces que es el fondo de la alcachofa el que está siendo el problema, es decir, que no es posible simplemente omitir el problema sin que con ello se acabe la pareja. ¿Cómo provocar entonces un cambio en la dinámica de la relación?
Me parece que un caso en que el problema se remitía a la vida sexual de la pareja puede ser útil como ejemplo, ya que por un lado es un tema central y esencial en la vida de pareja, y por otro muchas veces las parejas se enfrentan al mismo problema: ¿qué hacer cuando se acaba la pasión?
Afortunadamente en la gran mayoría de los casos, se cumple el viejo dicho que reza “donde fuego hubo, cenizas quedan”. Por lo mismo es que resulta posible reavivar esa pasión que sentía el uno por el otro en el comienzo de la relación.
Vale la pena mencionar, ya que estamos refiriéndonos al tema sexual, que hay casos en los cuales pareciesen no haber motivos psicológicos para que existan problemas. Nunca está de más, especialmente en estos casos, realizar exámenes hormonales en ambos miembros de la pareja, ya que ciertos desbalances —en la tiroides o en los niveles de testosterona, por ejemplo— pueden provocar una importante baja en el deseo sexual.
Me gustaría contarles del caso de Magdalena y Juan Carlos, un matrimonio que llevaba en el momento de la consulta cinco años de casados.
En la primera sesión, me cuentan que vienen porque están discutiendo mucho, “por puras tonteras”, tonteras que comienzan a enumerar. Dentro de la lista aparecen diversos motivos: diferencias en la crianza de los niños, gustos diferentes en comida y salidas, ganas de viajar a países diferentes, incluso el tiempo que cada uno pasaba en el baño. Es importante tener paciencia frente a ciertas divagaciones en las primeras sesiones, ya que la clave del caso puede hallarse justamente en estas divagaciones aparentemente inocentes, o bien a veces es necesaria para los pacientes una introducción que evita intencionalmente el punto, hasta generar cierta confianza o comodidad que permita develar lo importante. Además, ir directamente al punto crítico puede generar un cierre en el proceso.
Así, dando pie a que pudiesen enumerar con calma sus problemas, al poco andar ambos centran el tema en la falta de relaciones sexuales. Cuentan que muchas veces pasan semanas enteras sin intimar, lo cual los tiene cansados e, incluso, cuestionándose la relación.
Cada uno tiene su propia teoría al respecto. Juan Carlos dice que se cansó de buscar a su mujer, ya que el año pasado durante meses él intentaba por las noches que pasase algo, pero ella nunca accedía. Magdalena no niega su rechazo hacia su marido, pero explica que para ella el problema es que él va “directo al grano” y que ella necesita que antes le haga cariño, que sea tierno y romántico con ella, “como en el pololeo”. Juan Carlos la interrumpe y acota que no le dan ganas de hacerle cariño ni ser romántico justamente por el continuo rechazo, acotando que ya se cansó y que no tiene ánimo para nada previo.
Nos encontramos entonces frente a un círculo vicioso. ¿Cuál sería el resultado óptimo para ellos en este caso? Sin lugar a dudas, que ambos vuelvan a querer tener relaciones sexuales con el otro, y retomen una frecuencia que a ambos acomode.
¿No sería lo más simple entonces indicarles que deben romper el círculo vicioso, diciéndole a Juan Carlos que se anime a ser “como en el pololeo” y a Magdalena que acepte sus avances?
Sin duda lo más simple sería esto. Pero los seres humanos, por regla general, no somos muy obedientes —sumado a ello el fenómeno de la resistencia— además de que nuestro orgullo hace que muchas veces prefiramos que sea el otro quien ceda primero.
Por otro lado, y siguiendo lo que decía Erickson del empate, el problema de pedir que cada uno haga un cambio es que valida el derecho a que cada uno puede exigir que el otro cambie, perpetuando esa dinámica.
¿Qué puede hacerse entonces? Dar un rodeo. Decidí entonces darles la siguiente indicación: durante dos semanas, debían todas las noches hacerse cariño, abrazarse, besarse, todo lo que quiere Magdalena, pero no estaba permitido el tener relaciones sexuales.
¿Por qué es útil esta indicación? La clave está en que es una trampa.
Si la pareja es obediente y cumple la indicación, se habrá roto el círculo vicioso de la falta de cariño por parte de Juan Carlos a causa del rechazo que siente por parte de Magdalena. Será “como en el pololeo” y el rechazo no será responsabilidad de Magdalena. Ella no lo está rechazando, simplemente está siguiendo una indicación de su terapeuta.
Si la pareja no cumple por completo con la indicación, y después de acariciarse tienen relaciones sexuales, también se habrá roto el círculo vicioso, ya que habrán tenido relaciones sexuales después de los cariños previos —como quiere Magdalena— sin que ella —como teme Juan Carlos— lo rechace posteriormente.
Esto es lo que Erickson llama una intervención paradójica, ya que como terapeuta indico algo para que el paciente realice justamente lo contrario de lo indicado —muchas veces debido al absurdo de la indicación, o bien a la resistencia ya mencionada— y así se destrabe la situación.
Un excelente ejemplo, muy útil tanto dentro como fuera de la consulta, es una intervención usada por Erickson de que la pareja empiece a criticarse mutuamente y a exigir cambios. Erickson les dice algo más o menos así: “Mientras estamos en esto, supongo que ambos quieren dejar de lado los elementos positivos por ahora”. ¿Ven la trampa? Si dicen que no, que no quieren dejar de lado los elementos positivos, están aceptando que sí los hay. Si dicen que sí, que quieren dejar de lado por ahora los elementos positivos, también aceptan que los hay.
Otro ejemplo de esta técnica, ahora en una intervención que tendrá su efecto fuera de la consulta, es el que plantea Erickson para una pareja que discute todo el día. Él les indica que deben pelear en una hora determinada, todos los días, por ejemplo de ocho a diez, pero que no está permitido pelear fuera de esa hora. Obviamente, se les hace muy difícil llegar a esa hora y empezar a pelear de manera programada —dado el carácter emocional y espontáneo de las discusiones— por lo que finalmente en esas horas no hay discusión alguna. Incluso, muchas veces, aparecen las risas producto del absurdo de la situación.
¿Qué pasó con Juan Carlos y Magdalena? Cuando volvieron a la semana siguiente, había pasado lo primero, es decir, se habían hecho cariño, pero no habían intimado. Como puede verse, la intervención había funcionado de manera directa, y no paradójica como hubiese preferido. Sin embargo, ella estaba feliz, porque hasta ese entonces pensaba que él ya no la quería y que por eso no era tierno con ella. “Me volví a sentir como antes”, fue algo que Magdalena diría muchas veces en esa sesión.
Juan Carlos, por su parte, estaba expectante de lo que yo diría en esta sesión. Como él esperaba, les dije que esta semana hiciesen lo contrario, es decir, que Juan Carlos fuese directo al grano, y que Magdalena no lo rechazase por ningún motivo.
Como la razón que esgrimía Juan Carlos para no ser cariñoso con su mujer era su miedo al rechazo, aposté que esta vez no cumplirían con esta indicación, y que él no iría directo al grano, sino que se tomaría tranquilamente su tiempo, tal como Magdalena quería.
Nuevamente, si hacían lo que les indicaba, se rompía el círculo vicioso que llevaban hasta ahora, aunque faltaría un tercer movimiento que consiguiese unir el deseo de ambos. Sin embargo, si esta vez sí funcionaba de manera paradójica, habríamos logrado ya llegar a la armonía de sus dos posiciones.
A la tercera sesión, llegaron pidiendo disculpas porque no habían hecho la tarea.
A Juan Carlos le había parecido poco natural y poco delicado con ella ir directo al grano, por lo que le había hecho un poco de cariño antes, cada vez que habían tenido relaciones sexuales esa semana. Cada una de las tres veces.
Les pregunté a ambos cómo se habían sentido estas dos semanas, y ambos estaban felices con los resultados. Juan Carlos reconoció que era imposible que ella accediese todas las veces, y que por supuesto ir directo al grano no era la mejor forma, “las mujeres son distintas a los hombres, y eso es así no más”, dijo con una sonrisa. Magdalena estaba feliz porque nuevamente se sentía querida y “no sólo como un pedazo de carne”, y también reconoció que rechazarlo tantas veces tampoco había sido sano.
Sobre las tonteras que eran —supuestamente— la razón que los traía, ambos se sorprendieron ya que prácticamente las habían olvidado, y ya habían dejado de pelear por ellas. Sin lugar a dudas, eran las hojas descartables de la alcachofa.
Cuando los volví a ver un tiempo después, seguían felices habiendo recobrado su “pololeo”.
* Los nombres, profesiones y otros datos han sido modificados, para así poder mantener la confidencialidad que supone un proceso psicoterapeútico