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La Tiranía de Funcionar: Psicoterapia y Productividad

Soy un existencialista. Creo que la existencia precede a la esencia, y que no tenemos un camino único y predeterminado para ser nosotros mismos, sino que nos creamos diariamente. Somos nuestro proyecto; somos lo que se proyecta en el futuro.

Sin embargo, hay un riesgo en ese entendimiento que debemos considerar. En el libro ‘Psicopolítica’ Byung-Chul Han explica cómo centrarnos en nuestro libre albedrio y en la liberación de obligaciones externas puede volvernos ciegos a una nueva forma de coerción, una que es interna y nos empuja hacia la productividad y la optimización.

Si nos centramos demasiado en nuestro libre albedrio y en la naturaleza indeterminada de nuestro ser, podemos llegar a creer que cuán cerca estamos de nuestra productividad esperada se trata sólo de nosotros: nuestras habilidades, nuestra voluntad, nuestro esfuerzo.

Por lo mismo, compartimos nuestros logros en las redes sociales, en una carrera constante para mostrar nuestro desempeño y las recompensas que éste trae. Al mismo tiempo nos comparamos con el resto de la humanidad bajo el mismo ideal, imposible de alcanzar a causa de su propia definición, mientras en nuestro interior un ojo que todo lo ve niega con su cabeza y nos castiga por ser menos que ese epítome.

En nuestra sociedad, nos hacemos responsables de nuestra productividad y nos sentimos avergonzados si no cumplimos con las expectativas, sin considerar que la mayoría del tiempo la sociedad misma es parte de la ecuación en ese fracaso. Así, tornamos nuestra agresión hacia nosotros mismos; en términos freudianos, una parte de nosotros mismos llamada el superyó nos castiga de manera sádica por no alcanzar el Ideal, un ideal primero promovido por nuestros padres y la sociedad, pero introyectado a una edad temprana como propio.

Veo esto diariamente en mi consulta. Un paciente llega con una buena razón para una disminución en su productivdad —ya sea en el trabajo, en el deporte o en el sexo— y quieren que los “arregle.” La razón puede ser una ruptura amorosa, una muerte en la familia, incluso la falta de sentido en su trabajo. Puede ser un extenso tiempo en el Transantiago, sueldos que no les permiten alimentarse de la manera apropiada, ruidos molestos en la noche que no los dejan dormir. La mayoría del tiempo, no les importan las razones. Tan sólo quieren volver a “funcionar”.

La primera parte de un proceso psicoterapéutico puede tratarse de ayudarlos a darse cuenta que puede haber una buena razón para esa baja productividad, y que quizás nos deberíamos concentrar en trabajar en ella en vez de una solución parche. Mis resquemores con la psiquiatría en la mayoría de los casos se relacionan con esto, en tanto los pacientes van donde un psiquiatra por una solución rápida que, aunque muchas veces consiguen, sólo se relaciona con ayudarlos a funcionar: la pastilla los ayuda a dormir y a no llorar. La revolución interior es entonces silenciada, y el intento de cumplir con el Ideal sobrevive.

Este fenómeno es ya de por sí complicado, pero no termina ahí. Tendemos a evaluar al resto también por su productividad, y asumimos que si no están cumpliendo con el ideal es su culpa, casi en un sentido moral. “Los pobres son pobres porque son flojos,” es una declaración que se escucha con frecuencia, y medir a las personas acorde a sus posibilidades de ajustarse a un standard monolítico es también uno de los problemas que las personas discapacitadas deben enfrentar.

Como Han dice en su libro, esta auto-agresión no vuelve al explotado en revolucionario, sino en depresivo, como sugerí anteriormente. Nos sentimos inadecuados y nos atacamos a nosotros mismos y a nuestros semejantes, en vez de pensar que quizás lo que tenemos que atacar es al ideal actual que nos gobierna.

 

Esta es la razón por la cual me formé como psicoanalista lacaniano, en tanto la subversión del sujeto frente a sus sistemas de dominación —tanto internos como externos— es uno de sus pilares. La psicología debe considerar el aspecto político de nuestras vidas si quiere ser honesta con la realidad de nuestros pacientes, y si quiere ayudarlos a no sólo librarlos de sus síntomas, sino de su propia auto-flagelación y auto-explotación.

Como psicólogos clínicos debemos no sólo ayudar a nuestros pacientes a ser mejores para la sociedad, sino también trabajar para hacer que la sociedad sea mejor para nuestros pacientes.

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