El Analista como Bufón:
Un Tratamiento Psicoanalítico de la Psicosis
Tradicionalmente, el psicoanálisis es un tratamiento basado en la asociación libre, esto es, el paciente dice lo que se le venga a la cabeza. Sin censura, sin preocuparse de la lógica o del hilo conductor, simplemente deben hablar.
La suposición de un inconsciente que está estructurado y no una simple bolsa de gatos es clave para que este método haga sentido; Freud creía que había una lógica detrás de nuestros procesos inconscientes, aquello que él refería con el concepto de determinismo psíquico, en tanto lo que viene a la cabeza no es aleatorio sino que siempre está determinado por otro estímulo. Así, lo que pensamos en cualquier momento dado nunca es accidental.
Lacan toma esta idea y la expande en su famosa frase: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje.” Esta lógica oculta es un sistema, una red de elementos que están definidos por su posición en esta misma red y su relación con los otros elementos.
Freud pensaba que existen ciertos elementos en esa red que preferimos no reconocer como propios, y que por tanto cubrimos con un velo en un acto llamado represión (Verdrängung). La manera en que son velados determina el tipo de síntoma que aparecerá como efecto de este contenido reprimido.
Sin embargo, planteaba que en la psicosis existe un elemento que no sufre una represión, sino un rechazo (Verwerfung). Algo que ha sido experimentado es expulsado de nuestro inconsciente, no sólo cubriéndolo con un velo, sino que esa pieza de la red es cercenada fuera de nuestra mente. Algunas veces la descripción es aún más radical, y se plantea que una pieza es sacrificada con anterioridad para prevenir la inscripción de un elemento en ella.
¿Qué pasa cuando la red se rompe? ¿Cuando un elemento tiene que ser expulsado? ¿Cuando una experiencia es tan traumática que debe prevenirse su inscripción como recuerdo?
Si cada elemento se define por su relación con el resto de los elementos de la red, expulsar uno de ellos impacta la estructura por entero. Esto explica la diferencia radical en los síntomas de la neurosis y la psicosis. Ya que lo que es rechazado en la psicosis permanece fuera del inconsciente, es desde el exterior que parece atormentarlos, ya sea en las voces que sienten que no les pertenecen, o como la escritora francesa esquizofrénica Dandelion comenta, se sienten “cayendo desde el borde del mundo.” Después de todo, nuestro mundo no es el planeta en sí, sino un mundo de símbolos compartidos a través de los cuales intentamos hacer sentido de nuestras vidas.
Un tratamiento tradicional basado en esta red estructurada de símbolos, en este registro Simbólico, no será fructífero, ya que este registro fue perforado en la psicosis por el trauma, por aquello que no pudo ser dicho o incluso pensado en ese momento, y por tanto fue rechazado. Si el tratamiento psicoanalítico de la neurosis puede ser considerado en palabras de Freud como “hacer consciente lo inconsciente”, ¿qué podemos hacer cuando tenemos que hacer consciente un elemento no reprimido en lo inconsciente, sino uno rechazado y ni siquiera inscrito en éste?
Hay muchos posfreudianos que han dado sus respuestas a estas preguntas a través de modificaciones en el tratamiento tradicional. Recientemente leí ‘Historia y Trauma’ por Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière, y será su propuesta la que comentaré aquí.
Los autores muestran a través de diferentes casos una manera particular de manejar la transferencia y contra-transferencia, en la cual es el analista quien expresa al paciente lo que se le viene a la cabeza —sus sentimientos, sus sueños— incluso con el riesgo de parecer un “bufón”, con el objetivo de reintroducir el fragmento rechazo del inconsciente del paciente. No debemos olvidar que el rol del bufón en la corte era decir justamente lo que nadie se atreve a mencionar, aún a costa de su propia seguridad.
El proceso de recuperar algo de lo Real no-simbolizado y exterior para introducirlo en la estructura simbólica será iniciado por el analista, a través de un intercambio al nivel de lo Imaginario, donde las identificaciones entre analista y paciente no serán un impasse como en el tratamiento con neuróticos, sino que un pase del analista al paciente que permite el tratamiento.
El analista compartirá en algunas ocasiones —algunas veces incitados por sus propios pacientes— las imágenes que pasan por su mente, y las prestarán verbalmente a sus pacientes tratando de restaurar una estructura que, como todo inconsciente, fue socialmente construida en primer lugar. Lo que fue rechazado puede, de alguna forma, volver simbolizado por el analista, esto es, con palabras o representaciones que no son la pura experiencia pre-verbal rechazada previamente por el paciente. Algo similar ya había propuesto Wilfred Bion décadas atrás, quien también trabajó con pacientes afectados por la guerra.
¿Es esta modificación del tratamiento analítico tradicional, propuesta por Davoine y Gaudillière, la única forma de enfrentar aquello que fue rechazado del inconsciente? No, pero si leen su libro espero que la encuentren respetuosa del paciente y coherente lógicamente hablando.
Es, a fin de cuentas, un tratamiento que se centra en el dolor y sufrimiento que debe existir para que algo haya sido rechazado de manera tan radical, algo tan traumático como la guerra —como muchos casos relatados en el libro— o como el abuso sexual infantil, en vez de focalizarse en los neurotransmisores relacionados con la psicosis.
Es una forma de mostrar el respeto que los psicoanalistas debemos a nuestros pacientes, neuróticos o psicóticos, como sujetos y nuestros iguales, y no como objetos y nuestros inferiores.