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La Traición de los Gatos

Uno de los síntomas que con frecuencia lleva a consultar a un psicólogo es la fobia. El miedo desencadenado por la presencia de un objeto o situación —como puede ser el miedo a volar en avión, a ciertos animales, a estar en lugares cerrados, entre muchos otros— provoca ansiedad y dificulta el diario vivir. Es importante recordar que el miedo puede ser incluso producto de la anticipación del objeto o situación, es decir, sin siquiera enfrentarse directamente con él. Como en el caso que veremos a continuación, la persona aquejada de una fobia reconoce que este miedo es excesivo o irracional, pero aún así no puede controlarlo.

Hace un par de años atendí a Ana María, una mujer de cuarenta y nueve años. Lo primero que me dice al comenzar la sesión es que viene “a que me quite el miedo a los gatos”.

Ana María confiesa que le parece “demasiado estúpida” esta situación, pero lleva casi diez años con esta fobia. Cuenta que viene a consultar ahora porque su problema ha ido empeorando; al principio no le gustaba tocarlos, ya que pensaba que la podían morder. Hoy por hoy, teme caminar por las calles de Santiago por miedo a encontrarse con un gato.

Repetirá muchas veces lo “estúpida” que le parece la situación, confesando que incluso una de las dificultades por las cuales no había asistido antes a un psicólogo era la vergüenza de contar su miedo.

En esta primera sesión aclara que esta fobia “empezó de la nada”, y que nunca ha tenido malas experiencias con los gatos. “Conozco gente que le empieza a tener miedo a los perros después de que los muerden, es entendible, pero lo mío no.”

Su familia ya no sabe qué hacer, ya que como mencionaba anteriormente hace un tiempo ni siquiera puede trabajar al temer encontrarse con un gato. “Evito las calles en las que me he encontrado con alguno”, dice Ana María, “y el problema es que actualmente son demasiadas como para que me pueda mover tranquila por Santiago.”

¿Qué hacer en este caso? Debemos escuchar más allá del dicho de Ana María, intentar pesquisar desde qué posición nos habla de su temor a los gatos, para así entender el problema, y eventualmente ayudar a solucionarlo.

De manera sencilla, casi ingenua, le pregunto al final de la sesión qué asocia con los gatos. Con una mirada seria, Ana María me dice “Que son traicioneros.”

Antes de seguir, me gustaría destacar tres frases que guiarán el caso, y que serán justamente parte de la solución al enigma de la paciente. “Vengo a que me quite el miedo”, “demasiado estúpida”, y “son traicioneros”.

En la segunda sesión le empiezo a preguntar por su vida, incluyendo a su familia y su trabajo, antes de tener este problema. Aunque le digo que es para conocer su contexto, lo que busco es que aparezcan elementos que estén asociados con su fobia, para poder empezar a entender la razón del miedo de Ana María.

En síntesis, la paciente está casada con José Luis hace treinta años, tiene tres hijas veinteañeras, y no reconoce problema alguno en su vida más allá de su fobia. No extraña su trabajo de secretaria, ya que “a estas alturas nos alcanza con lo de mi marido”. En primera instancia, pareciera que todo en su vida estaría bien.

Al final de esta sesión me pregunta que cuándo empezaremos el tratamiento para su fobia. Lo que Ana María no sabía es que su tratamiento ya había comenzado.

Insistir en su historia rinde frutos, y ya en la tercera sesión aparece el tema de la traición, pero no referidos a sus temidos gatos. “Traiciones en mi historia no he tenido, aunque muchas personas no estarían de acuerdo”. Cuando le pregunto sobre a qué se refiere, me explica que sus amigas —e incluso una de sus hijas— le han dicho hace muchos años que su marido le es infiel, incluso mostrándole pruebas. Sin embargo, cada vez que confronta a José Luis, éste se excusa y logra que Ana María le crea.

“Aunque todos me lo dicen, yo no me lo creo… mis amigas dicen a estas alturas que yo soy estúpida.” Aquí puede verse nuevamente lo de “estúpida”, palabra que ocupará una y otra vez para definir su situación, cada vez más refiriéndose a la confianza en su marido, y cada vez menos para catalogar a su fobia.

Siguiendo este hilo lógico, en las siguientes sesiones Ana María continúa hablando de su marido, agregando que algo en que al parecer sí está de acuerdo con la gente “es que mi marido me estafó”.

Cuando sorprendido le pregunto por esta nueva traición, me explica que José Luis, siendo abogado, fue quien se encargó del tema de la herencia de la madre de Ana María, muerta hace unos años.

“Fueron mis hermanas las que me dijeron algo primero… José Luis cobraba mucho por trámites que se supone tenía que hacer, pero al final eran tantos millones que preguntaron a otro abogado. Él les dijo que nos estaban estafando, que no era ni un décimo de lo que José Luis decía.”

La invito a continuar su historia, sorprendido de que no hubiese una sino dos —al menos— traiciones de su marido hacia ella. “Cuando lo confrontamos, lo hicimos entre todas, yo no estaba tan segura, y tampoco me atrevía. José Luis me acusó de haberlo traicionado, de no haber confiado en él, y dijo que no seguiría llevando el caso. Nunca devolvió un peso, porque según él lo había gastado en trámites. Yo también me sentí traicionada.”

Como puede verse, aquí aparece claramente otra traición, esta vez una que Ana María considera cierta. Cuando le pregunto sobre cuándo fue todo esto, me cuenta que hace diez años. “¿Y la posible infidelidad?” le pregunto. “También.”

En las siguientes sesiones me seguía relatando partes de la historia con su marido, olvidándose ya por completo de hablar de su fobia. Una y otra vez me decía que se sentía estúpida de haber sido estafada, estúpida de no haberse dado cuenta de que quizás le era infiel, estúpida de haber perdonado la traición y, sobre todo, estúpida de haberlo aguantado todo este tiempo.

Fue cuando me detuve en este punto, cuando el tercer punto que destaqué al comienzo del capítulo se hizo más claro. “¿Por qué aguantaste?”

Por miedo. Fue hace diez años, las niñas no estaban independientes como ahora, él era el sostén de la casa. Tuve que mirar para otro lado, intentar olvidar lo que me había hecho. Me alejé de mis hermanas que ya no lo podían ver, obviamente. Mis amigas me repetían que no fuera estúpida, que lo enfrentara con el tema de la amante. Pero al final decidí hacerme la loca.”

Las palabras de Ana María grafican perfectamente el mecanismo de la fobia. Frente a una realidad que no queremos enfrentar, decidimos no asumir la posición que nos obligue a ello, y en vez desplazamos el problema hacia otro punto, conectado por alguna lógica oculta a simple vista.

Hacerse la loca, hacerse la fobia, y así durante diez años preocuparse de la traición de los gatos y no de las traiciones de su marido.

Al poco andar me comentó al pasar que ya no tenía miedo a los gatos, ya que había visto a algunos en la calle y no había tenido sensación de ansiedad alguna. Sin embargo, siguió asistiendo por un tiempo, pienso que para que le quitase el miedo a enfrentar la traición de su marido.

Un par de meses después, sin miedo alguno, lo hizo. Después de una larga conversación, su marido confesó que efectivamente había tenido una amante durante todos estos años, y que parte del dinero de los supuestos trámites había sido para poder mantener esta doble vida.

En las sesiones siguientes lloró bastante, principalmente por haberse demorado tanto en enfrentar su miedo. Poco a poco fue recorriendo nuevamente su historia, encontrando ella misma la evidencia de todo lo que había sucedido. Al mismo tiempo, fue apareciendo un proyecto de vida futuro, sin necesidad alguna de hacerse la loca.

Al finalizar el tratamiento, Ana María ya no vivía con su marido, pero sí con un gato.

* Los nombres, profesiones y otros datos han sido modificados, para así poder mantener la confidencialidad que supone un proceso psicoterapeútico

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